VANE ARREBOL, CANTAUTORA Y PIANISTA
“Si voy a hacer un disco, quiero que sea lo mejor".

Esta talentosa artista lleva en su corazón la esencia del sur de Chile, con una voz que evoca la belleza de los paisajes australes y una habilidad excepcional al piano, nos transporta a un mundo donde la poesía y la música se entrelazan de manera mágica.
¿De dónde proviene Vane Arrebol?
“Estudié en Osorno, en la Universidad de Los Lagos, dos años de pedagogía en Castellano, pero cambié de carrera”.
¿Cuándo se produce tu primer acercamiento con la música?
“Cuando era pequeña, mi papá vio que tocaba piano sola, como autodidacta, y decidieron inscribirme en la Academia Municipal de Música de Puerto Varas. Allí se dieron cuenta de que mi nivel estaba por sobre la media y les dijeron a mis papás que contrataran un profesor particular para mí, así que tuve la suerte de tomar clases con el mejor que había, don Emilio Luppi Gallardo”. Con dicho maestro estudió diez años hasta que falleció en mayo del año 2008. “Fue hermoso, era un gran profesor, nunca tuvo demencia senil, nada, solo pura claridad. Una forma de ver la música como libre también, un poco de piano latinoamericano. O sea, yo pasaba de Chopin a interpretar "Vírgenes del Sol”.
Vane resalta el gran legado de la obra musical de su mentor: “Realizó transcripciones de su puño y letra de música chilota. Siempre me inculcó esa libertad en el piano, que no sea algo rígido, que sea hermoso y que se pudiera disfrutar”.
¿Entonces lo experimental, lo de jugar un poco con distintas mezclas, viene de esa enseñanza?
“Sí, pues sin duda eso se quedó en mí y nunca me conformé con ser una intérprete solamente. O sea, también quise ser una concertista en piano; postulé tres veces al conservatorio de la universidad. Pero nunca le dieron cupo a la gente del sur, solamente a la gente de Santiago.” Recuerda con cierta frustración esa instancia negada. Entendió con esos portazos en la cara que su camino tenía otro trazado. Siguió la práctica del piano incansable y apasionadamente, hasta que se produce un encuentro mágico con la música de Los Jaivas, banda que reconoce como su mayor inspiración.
¿Qué tienen que ver Los Jaivas en este momento de tu vida?
“Antes mi playlist era solo música clásica, pero me impactó su música inmediatamente. Gracias a mis más de diez años de formación, me atreví a grabar La Poderosa Muerte”. La pianista se arriesgó, siendo muy joven, con una de las composiciones más exigentes de Claudio Parra, parte de la obra Alturas de Machu Pichu, y se permitió reversionar el color de la pieza musical, agregando por instantes acordes jazzísticos, pero respetando los arpegios orientales, con aires de flamenco y rock progresivo. De esas influencias también resalta a la banda Congreso, porque es una propuesta más elaborada, y porque además le permite transitar por la música docta en sus intervenciones que ha realizado con formaciones de orquesta de cámara y como solista.
Arrebol ha incursionado en la producción musical para documentales. “No, es que yo creo que hay que unir las cosas, porque la formación clásica me ayuda mucho al expresarme. Aparte de que el piano nació, digamos, en Europa, entonces no se puede desconocer de dónde viene un instrumento”.
Actualmente compatibiliza su labor de profesora de piano con algunas presentaciones en vivo, pues tiene algunos reparos: “Bueno, yo no estoy tocando mucho en bares, porque en general no te escuchan. Es fome estar tocando como haciendo de bufón. He dejado un poquito la noche y todo eso, salvo cuando me presento en el Pub La Nube, un local de nicho en Puerto Montt; allí la gente tiende a escuchar un poco más”. Vanessa Álvarez Gudenschwager, nombre verdadero de la artista, transita con propiedad, experimentando con sonoridades contemporáneas, pero siempre acogiendo las raíces folklóricas de Chiloé; en ella también se advierten elementos del pop que fusiona en sus procesos creativos. ¿Qué reconoces como influencia en tu cantar?
"Tuve la fortuna de tener un par de clases con Francesca Ancarola; ella ha sido mi guía, y también Arlette Jequier; tomé algunas clases con ella. Es la que he escuchado más en el sentido de cómo liberar el canto hacia arriba".
Otra referente para Vane es la islandesa Björk; de ella asume ciertas coincidencias en el manejo de la voz. “Me dijeron, escucha a Björk; empecé y ya no paré más. Hasta el día de hoy la escucho, me gusta. Siento que tenemos algo en común, quizás algo del frío. No sé. De hecho, el frío. El frío modifica mucho también el canto, la forma nasal de cantar que tienen las mujeres chilotas. Entonces yo ocupo harto eso también para poder, el día que viaje por el mundo mostrando la música sureña, voy a decir: “Bueno, el canto allá es así”.
En su trabajo sobresale el atrevimiento recopilatorio y experimental, rescatando elementos lejanos a nuestra tierra. “Tengo un proyecto personal llamado Concierto Mundial, que desarrollé enclaustrada en pandemia. Estudié música de varios países que me gustaría visitar, y se me da bien cantar en esos idiomas, obviamente con un estudio profundo de esas lenguas. Hay una canción turca, música de Armenia, India, gitano antiguo, España y Francia”.
Inquieta y curiosa, no se pone límites para experimentar, pero su formato piano y voz la sitúa en su zona de confort. Su discurso trasunta una sencillez y claridad que no deja de sorprender, porque se contrapone a lo meritorio de su trabajo. “Solo disfruto lo que hago nomás, no me importa mucho el resto”.
Aportó con su talento al arte de Sentir Austral, un proyecto que todavía existe, musicalizando algunas obras de radioteatros que se hicieron en tiempo de pandemia. Arrebol, quien también toca acordeón y guitarra, ha fusionado ritmos de Chiloé y poesía sureña, donde los tópicos de la naturaleza y el ser humano son preponderantes; de igual manera, el mar y el agua como elemento principal de sus composiciones. Desde el año 2021 funciona con banda y crea Vane Arrebol y los Pájaros de Fuego.
En la producción de su disco Ventana al Sur, Vane trabajó un tiempo con Renato Cárdenas; el proyecto es en homenaje a una obra literaria del escritor y músico Enrique Valdés, y contó además con la contribución del arquitecto, académico y artista visual Edward Rojas en el estilo de portada. Sobre esos inconfundibles elementos recogidos del archipiélago, señala: “Me gusta la excelencia. Entonces yo dije: "Bueno, si voy a hacer un disco, quiero hacerlo lo mejor posible". Porque también era autogestión; yo en ese tiempo era profe de escuela rural y con mi sueldo nomás me hice el disco. Pero además recibí esos aportes cariñosos de gente que valoró mi trabajo, y Edward me cedió la carátula”.
Se apronta a grabar su segundo álbum, del cual refiere. “Es un poquito más profundo porque tuvimos que rearmarlo, por así decirlo, ya que es un proyecto FONDART. Con mi banda tenemos un repertorio que combina fusión y rock y se pueden apreciar ciertas influencias de Los Jaivas, pero con matices sureños. Vamos a grabar dos o tres canciones con ellos y las otras tres van a ser con instrumentos de cámara. Habrán dos mundos comulgando”.
¿Qué opinión te parece el hecho de que hoy día la cultura siga estando como dejada de lado?
“Es un poco triste, sin embargo, veo un poco de avance para lo que era antes. Me cuesta verlo con desesperanza porque luego de cinco años me gané un FONDART, entonces estoy súper agradecida de que le estén dando espacio a artistas que tienen propuestas nuevas”.
Cuéntame un poco sobre tu proceso creativo y de composición. ¿Cuál es la dinámica?
“Bueno, cuando uno empieza a abrir el portal de crear, es como difícil parar. Me ha pasado que se me ocurrió una canción en la calle y tengo que grabarla por WhatsApp para acordarme, cosas así, y van saliendo y salen rápido. Es como que tenga que sentarme a pensarlo, no es tan lógico, es más bien un poquito etéreo, o sea, conectarse con algo y te llega la canción. Así he trabajado yo, no he trabajado muy como de, muy del lado lógico. O sea, las musas aparecen y las tomo”.
Sus estudios de piano, desde los 6 años, y sus aprendizajes de canto, sumados al trabajo investigativo de la cultura local, pudieran sumar un peso mayor en su quehacer artístico. ¿Sientes ese peso?
“Trato de no verlo como peso, porque ya cargo pesos familiares y muchos problemas que la vida me ha puesto, entonces para mí la música es un placer nomás, no lo veo como un peso, trato de disfrutarlo, y es más ahora que tengo un trabajo estable, puedo disfrutarlo más, porque ya no es como llevar el pan a la casa con las tocatas, porque eso realmente en el sur no se puede, o sea, hay que irse de acá, ir al Santiago, Alemania, no sé, países donde los músicos tienen cobertura de salud”.
En tus procesos creativos no buscas solo la originalidad; también apuntas irremediablemente a la excelencia del resultado. ¿Qué buscabas al grabar en una iglesia música no precisamente religiosa?
“Me apasiona mucho la arquitectura; soy como una arquitecta frustrada. El espacio de las iglesias y la acústica que genera es especial; además, quería resignificar el espacio, porque en el fondo hacer música en cualquier lado no es lo mismo, pero en esos templos que son gigantes, es todo un desafío. En el disco se nota una amplitud; me gusta experimentar en eso”.
Has tenido la oportunidad de tocar muchos pianos, pero hay uno en particular que debió ser más significativo; es el que está en Casa Pauly Oelckers. ¿Qué sentiste?
“Antes de que se renovara la casa, hacía clases de piano ahí. Me conocían un poco y ahí surgió la posibilidad de tocarlo. El salón está muy hermoso, el piano está perfecto, afinado, es una maravilla. Tengo la suerte de que me lo pasan para ensayar. Ser pianista me abre más puertas. Ellos saben que uno no va a dañar el piano”.
¿No se te apareció el fantasma de Claudia Arrau?
“Claudio Arrau siempre me acompaña”.
